LA AGRICULTURA ECOLÓGICA

A finales del año 2022 se superaron los 8.000 millones de personas en el planeta Tierra y, aunque cada vez el crecimiento de la población es más lento, se calcula que hasta finales de siglo seguirá creciendo hasta alcanzar su techo, que superará los 10.000 millones de habitantes. A mitad de siglo se calcula que seremos ya más de 9.700 millones de personas.

Proveer de recursos suficientes a toda la población mundial es un reto, máxime si no se tienen en cuenta criterios de sostenibilidad que permitan abastecer a toda la población mundial y a la vez velar por la conservación del planeta. Consciente de ello, la Comisión Europea promueve la Estrategia de la Granja a la mesa que propone, de cara a 2030, aumentar al 25% el porcentaje de tierras cultivadas de agricultura ecológica, reducir en un 50% el uso de plaguicidas y minimizar la pérdida y desperdicio alimentarios.

Lo que parece claro es que la agricultura tradicional debe ser revisada. Se trata de un sector clave en términos económicos y de empleo, pero también lo es para garantizar la alimentación de la población. Sin embargo, a su vez, provoca importantes impactos en el medio ambiente. Por ejemplo, acapara el 80% de todo el consumo de agua y utiliza fertilizantes, plaguicidas y otras sustancias que, aunque incrementan la productividad, provocan la contaminación de los suelos y las aguas subterráneas, afectan a las especies y generan presiones sobre los hábitats.

La agricultura ecológica como alternativa

La agricultura ecológica es precisamente la alternativa que está orientada a minimizar dichos impactos, que se basa en un uso responsable de los recursos garantizando la fertilidad del suelo, la calidad del agua y la protección de la biodiversidad. Los principios asociados a este tipo de agricultura deben ser tenidos en cuenta en todas las gestiones y técnicas del proceso.

Por ejemplo, una mejor adaptación del calendario de cultivos, o de las rotaciones de los mismos a lo largo del tiempo, debe compatibilizarse con el uso de semillas ecológicas o de abonos orgánicos, que sustituyen a los fertilizantes minerales que se usan en la agricultura intensiva.

También es clave manejar adecuadamente el suelo, partiendo de un conocimiento profundo de las características de este y de las técnicas que existen para garantizar su conservación.

De igual manera, se deben conocer los medios más sostenibles de recolección, transporte y almacenamiento poniendo en práctica aquellos que requieran un menor consumo de energía y que, a la vez, garanticen la conservación del alimento. En este ámbito es importante también escoger la maquinaria más adecuada y utilizar los equipos más eficientes.

Finalmente se deben conocer mejor los posibles problemas que pueden existir en los cultivos, por ejemplo, la aparición de plagas y enfermedades y, en definitiva, de todos los agentes que pueden estar causando daño.

¿Qué beneficios aporta la agricultura ecológica?

A los ya mencionados se suman importantes beneficios económicos. Un estudio reciente realizado en Alemania por la Múnich Technical University calculó que podrán lograrse ahorros de hasta 4.000 millones de euros en costes ambientales y climáticos cuando el 30% de la tierra cultivable sea ecológica (objetivo alemán para el año 2030). Los costes han sido calculados considerando que se producirían ahorros de entre 750 y 800 euros por hectárea. El estudio menciona que la agricultura ecológica es capaz de reducir el uso de nitrógeno desde 80-100 kg/ha a 20 kg/ha, garantizando así la conservación de los suelos y la calidad de las aguas subterráneas y minimizando el consumo de energía (y las emisiones asociadas) al proceso de producción de dichos fertilizantes.

El futuro pasa, sí o sí, por un aumento del peso de las tierras con cultivos ecológicos, por lo que, cada vez serán más necesarios profesionales capaces de gestionar la agricultura de una manera sostenible. La formación se hace vital.

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